En 1994 se descubrió en un templo de la ciudad maya de Palenque el sepulcro de una princesa del siglo VII impregnado de cinabrio, la cual sería conocida en nuestros días como La Reina Roja.
Parecía una escena de un crimen, donde podías apreciar el cadáver de un niño degollado y de una mujer, a la que le sacaron el corazón, estaban tirados a lado y lado del sarcófago, tallado en una sola pieza de piedra de 2,40m de largo por 1,18m de ancho.
Cuando la tumba se abrió, los miembros del equipo empezaron a disparar sin descanso los flashes de sus cámaras fotográficas. Cuando cesaron los fogonazos, los ojos de los arqueólogos necesitaron unos momentos para acostumbrarse a la penumbra y poder visualizar el interior del sarcófago, que resplandecía de rojo: las paredes y el fondo, los restos óseos…, todo estaba impregnado del tóxico polvo de cinabrio.
¿Quién era la Reina Roja?
Se trataba de una mujer de entre 60 y 70 años de edad y de metro y medio de altura. La riqueza de su ajuar, la monumentalidad de su tumba, la deformación craneal –un rasgo frecuente en los miembros de la nobleza maya– y el escaso deterioro de su dentadura –reflejo de una alimentación sana y elaborada– indican que esta mujer perteneció a la élite de Palenque.
Fue contemporánea del gran K’nich Janaab’ Pakal I y sus tumbas son muy similares, salvo por el hecho de que la de la Reina Roja carece de inscripciones.